Sara Martín fotografiada por Eva Guillamón

Por Sara Martín

En este artículo Sara nos habla de cómo el poder creativo de la maternidad permanece intacto en todas las mujeres, hayan decidido tener hijos o no, y de la importancia de volver al cuerpo para conectar con ese lugar oscuro y profundo donde nace nuestro auténtico potencial.
Sara Martín (Madrid 1983) es escritora , actriz y madre. Ganadora del Premio Nicolás del Hierro por su poemario Por la escalera de incendios y fundadora del grupo performativo OVERture. Actualmente trabaja en un nuevo proyecto artístico que incide en una visión feminista y social de la maternidad, Las Bellas y las Bestias.

Ha sido precisamente tras la maternidad que me he dado cuenta de que todas somos madres de alguna manera, aunque no todas tengamos hijos.

La experiencia brutal del embarazo y el parto es sin duda tan excepcional por lo que supone de física, de instintiva y salvaje. Nos volvemos puro cuerpo y el neocortex toma el mando de los planteamientos y decisiones para convertirlos en actos de una forma visceral, asombrosamente eficaz y certera.

Me hubiera encantado descubrir antes que no necesito la (por otro lado maravillosa) excusa del embarazo para conectarme con mi cuerpo, mi goce y mi placer. Para descubrir que nuestro verdadero poder creador no está en el cerebro sino en el útero. 

Un útero que ha sido cercenado y borrado durante cientos de años, fuente de lo oscuro, lo prohibido, perteneciente al lugar de la mujer-bruja, mujer-serpiente, mujer- chamán. Que se ha vuelto rígido de tanto que lo oprimimos, que en la mayoría de los casos ha dejado de latir.

Dice  Maggie Nelson  en los argonautas que un hijo crea espacio donde antes no lo había, pero yo creo que se puede recuperar la flexibilidad del útero y darle su espacio sin necesidad de que nadie lo ocupe, más que la propia mujer a la que pertenece.

La  recuperación de nuestros cuerpos, por parte de las mujeres, posibilitará cambios más esenciales en la sociedad humana que la toma de los medios de producción de los obreros. Adrienne Rich.

Ahora más que nunca, en tiempos de pandemia y en la era de lo virtual, aunque aparentemente vivimos un momento de libertad sexual y falta de inhibición, para la mayoría de nosotras nuestro cuerpo es un dolor, una tensión, una cárcel, un nudo…un problema que hemos de superar a base de silencios, pero ni subir el volumen de la música ni aumentar el brillo de las pantallas calmará ese dolor ni ayudará a recuperar lo perdido.

Reivindicar el cuerpo es devolvernos el poder de la madre que somos; no la madre- virgen, ni la madre-santa, ni la madre- institución, sino la madre que nos da el valor, la madre que goza y crea.

Esa madre que a veces, de forma coyuntural, tiene hijos y otras veces no, pero que habita en todas; esa desde la que podemos crear mundos, ideas, libros, películas, guiones, cuadros, canciones, opiniones y sistemas políticos. 

Todas tenemos un útero que menstrúa y marca nuestros ritmos, que nos conecta con lo esencial y desde el que es más fácil vivir. No son casualidad nuestros cuerpos borrados, ni que la gran mayoría de mujeres no sepa dibujar su vulva y describir cada una de sus partes, que no conozca su ciclicidad, ni sus ritmos, no es inocente ese interés en callar, ya desde la más tierna infancia y a lo largo de toda la etapa escolar, el poder del cuerpo y la sexualidad femenina, que en definitiva es el sustento y la base de la vida humana.

Sé que a veces ni siquiera durante la gestación somos capaces de conectarnos con esa llama, ya se encarga la clínica de infantilizarnos y conducirnos hacia la pasividad y el miedo. Pero mi deseo va más allá, es el de reivindicar a las madres sin hij@s también como cuerpos deseantes y empoderados, creadoras y visionarias, instaladas en su verdad.

Ojalá no tengáis que esperar a embarazaros para descubrirlo, ni pensar que os lo perdéis si decidís no ser madres. El poder del útero es el mismo para todas, pero hace falta ocuparlo, inscribirse en él, porque como señala Hélène Cixous: Censurar el cuerpo es censurar, de paso, el aliento, la palabra

Hoy en día no es fácil hablar desde otro lugar que no sea la repetición de los ecos que nos dejan los discursos vacíos de las noticias diarias, los tweets, los vídeos de Youtube, las frases bajo cada foto de Instagram… ecos que repiquetean en el cerebro y hacen crecer a cada instante la distancia que nos separa del latido y de los órganos. 

Es urgente volver una y otra vez al relato de nuestros cuerpos, reivindicarlos, escribirlos, dejarles florecer, que hablen por nosotras y ocupen ese lugar en el que durante demasiado tiempo solo ha habido ruido.

Escritoras como Carson Mccullers, Elizabeth Bishop o Fleur Jaeggy, artistas como Marlene Dumas, Kiki Smith, Angélica Liddell, Mónica Valenciano y pensadoras como Simone Weil, Simone de Beauvoir y Hannah Arendt  han sido madres para mí. Todas ellas mujeres sin hij@s, pero que en mi vida y en la de muchas otras, han cumplido ese papel de cuidado, inspiración y nutrición asociado a la figura materna. Poseedoras de una creatividad que nace desde las entrañas, vuelve la tierra fértil y hace sin duda del mundo un lugar donde es más fácil vivir.

Sara Martín